No se podría explicar la nobleza titulada del antiguo Reino de Granada sin hacer antes mención al pasado de conquista de esta tierra, a su distanciamiento respecto al centro donde se ubicaba el poder o las diferentes repoblaciones a que fue sometida. Pero a todo esto Málaga suma otro factor que fue especialmente significativo, su puerto, vía de tránsito de personas, ideas y oportunidades que la dotó de un excepcional dinamismo. En suelo malagueño se fraguaron ascensos fulgurantes y también estrepitosas caídas.

En el siglo XVIII vivían en Málaga los marqueses del Vado del Maestre, los de Chinchilla, el marqués de Cabriñana del Monte, los condes de Mollina, el marqués de Cela, el conde de Buenavista de la Victoria, los de Villalcázar de Sirga y los marqueses de Yebra. Junto a estas familias e igual que ocurría en otras muchas ciudades del sur peninsular, Málaga contaba también con esa otra nobleza titulada llamada absentista. La conformaban alrededor de treinta títulos que, desde sus heredades tradicionales se beneficiaban con los bienes que mantenían en la ciudad.

Los ochos privilegios malagueños se crearon entre 1679 y 1713, una coyuntura muy precisa en la que a la persistente necesidad de fondos por parte de la Corona se unió la guerra de Sucesión, un conflicto que, si bien vino a ahogar aún más las arcas reales, amplió el abanico de posibilidades para obtener la deseada merced. Algunos de los documentos de concesión de nuestros titulados recogen el mérito o servicio realizado al rey, mientras que en otros solo subyace el sonido del dinero.

En el del marquesado de Yebra (1693) figura que su beneficiario, Francisco Vela López del Castillo, siendo gobernador en la provincia de Soconusco, levantó un fuerte en defensa de los puertos cercanos sin acudir a los fondos de la Corona. Por su parte, Antonio de Chinchilla Fonseca, descendiente de conversos granadinos y alférez mayor de Almuñécar, fue nombrado I marqués de casa Chinchilla tras haber sido procurador en las Cortes de 1712. A su vez, el marquesado de Cela (1699), concedido a José Francisco Guerrero Chavarino, titulado años antes conde de Buenavista (1691), ofrece una razón muy precisa, compensar con este segundo privilegio los créditos que la Corona le debía. En otras ocasiones se opta por hacer una exaltación de la brillante carrera protagonizada por el hasta entonces aspirante. Es el caso del marquesado del Vado del Maestre (1683), concedido a Diego de Córdoba Lasso de la Vega, General de la Flota de Nueva España, Capitán General de la Guardia y Carrera de Indias y Miembro del Consejo Supremo de Guerra. También es frecuente recurrir a los méritos de los antepasados, con el aval, incluso, del que fuera príncipe de los genealogistas, Don Luis Salazar y Castro. Es el caso del marquesado de Cabriñana (1704), otorgado a Diego de Argote y Guzmán, miembro de uno de los linajes más antiguos de Córdoba; del condado de Mollina (1679), concedido por primera vez a Francisco Chacón Enríquez, descendiente de conquistadores de Antequera, al que nos referiremos después, y del condado de Villalcázar de Sirga (1661), cuyo primer titular fue Juan de Echeverri Róbere. De este último, el insigne genealogista afirmaba que por sus venas corría sangre real, eran parientes de San Ignacio de Loyola y participaron en la elección de Don Pelayo, pero también advertía que los documentos que lo podían probar se habían destruido en un incendio.

Independientemente de la motivación que figure en los documentos, los aspirantes a título debían disponer de una suma de dinero de la que poder desprenderse y pertenecer a una clientela influyente, elementos a los que la muestra malagueña responde positivamente. El marqués del Vado del Maestre era pariente del conde de Puertollano, representante de la nobleza más destacada del momento. El condado de Mollina permaneció siempre bajo la tutela de los condes de Frigiliana, a quienes reconocían como “mi Señor y mi primo” debido al parentesco que además les unía. El marqués de Cabriñana tenía buena parte de su familia en la Corte; su padre había sido consejero de Hacienda y mayordomo de la reina Mariana de Austria, su madrastra, Beatriz de Córdoba, era señora de honor y se podría seguir con otros parientes igualmente bien posicionados. Por último, Francisco Vela (marqués de Yebra), en las fechas en que recibió el título ya no era gobernador de Soconusco, había vuelto a España y con la fortuna que de allí trajo se instaló en Madrid, compró una regiduría, entró como miembro en la Contaduría Mayor de Cuentas y aportó como donativo a la Corona más de un millón y medio de reales.

Otra de las características que presentan los ochos títulos que residieron en Málaga es su diversidad. Entre sus ancestros podemos encontrar desde un importante asentista de la Corona, como lo fue el mismo Carlos Strata, un comerciante genovés asentado en la ciudad y rápidamente enriquecido, hasta, por supuesto, las más rancias estirpes castellanas.

No todos los títulos recayeron en vecinos cuyos linajes llevaban generaciones asentados en Málaga, sino también en recién llegados a la ciudad con la idea de formalizar un matrimonio que les iba a permitir vincular su título a un sólido patrimonio, es el caso del I marqués de Cabriñana, casado en Málaga con Inés Francisca Berlanga y Maldonado, hija y sucesora de un regidor malagueño con importante hacienda. Algo similar ocurrió con el condado de Villalcázar. La responsable de que este privilegio, tradicionalmente enraizado en tierras palentinas, acabara en Málaga fue la viuda del quinto titular, quien llegó con sus hijos para acogerse al amparo que le podía prestar su hermano, el entonces II conde de Buenavista, heredero principal de la casa paterna. El último en asentarse en nuestra ciudad fue el marquesado de Yebra. Lo trajo desde Madrid la III marquesa, Manuela Vela Caballero, para quien se había pactado su matrimonio con el heredero de una familia de larga tradición malagueña, Jerónimo Carranque, La dote que se describe en este enlace recuerda los restos de un naufragio; todo lo que había pertenecido a su padre, excepto el título y a duras penas el cargo de regidor, había terminado en manos de los acreedores. Sin embargo, esta embarazosa situación quedó solapada ante la sociedad malagueña con la donación en joyas, muebles y ropas ofrecida por el que iba a ser su esposo y que superaba los 150.000 r.

Esta nobleza permaneció poco tiempo en Málaga. De hecho, en la segunda mitad del siglo XIX no quedaba en ella ni uno solo de los títulos citados. Las razones de nuevo vuelven a ser varias. El marquesado de Yebra se extinguió por falta de sucesión y nadie pareció interesarse por él. También los marquesados de Chinchilla y Cela se vieron sin herederos, pero esta vez, en ambos casos ramas familiares los reclamaron y se los llevaron a sus lugares de residencia. Finalmente, hubo quienes tras heredar títulos de mayor antigüedad y privilegio que el que ya poseían, alcanzaron la Grandeza de España y pasaron a residir en la Corte. Ocurrió con el marquesado del Vado del Maestre, el condado de Mollina y el de Villalcázar de Sirga.

Esta diáspora final tiene mucho que ver con la situación económica que atravesaron las diferentes Casas. En general, lo que se percibe de sus conductas es que tras recibir el título se distanciaron demasiado pronto de lo que había sido la entrada de capital, el mundo de los negocios, para centrarse en los asuntos de la Casa y reafirmarse en su nuevo estatus con la adquisición de hábitos de órdenes militares, esclavos, joyas, matrimonios ventajosos. En definitiva, orientaron sus esfuerzos a lograr, para poder exhibir después, una imagen de lujo acorde a su condición y esto les hizo especialmente vulnerables a circunstancias adversas que por desgracia para ellos no tardarían mucho en producirse: epidemias, crisis económica, cierre del puerto al comercio con el exterior y, al finalizar la centuria, una nueva guerra.

Para solventar esta situación pusieron en juego todo tipo de estrategias, desde solicitar permiso al rey para hipotecar tierras de sus mayorazgos, hasta reducir, a veces de manera drástica, el número de hijos en el matrimonio, con el riesgo que implicaba poder encontrarse algún día sin sucesor. Acudieron también a la solidaridad del linaje con enlaces entre parientes, pero, a pesar de todo, sus economías siguieron presentando serias debilidades y solo lograron entrar en el siglo XIX con signos de progreso aquellos a los que el azar biológico hizo herederos de una rama familiar destacada que aconsejaba abandonar Málaga y trasladarse a la Corte.

Autora: Paula Alfonso Santorio

Bibliografía

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