La abigarrada y heterogénea comunidad de genoveses radicada en la práctica totalidad de las ciudades de Andalucía durante la Edad Moderna era, sin lugar a dudas, la nación extranjera con mayor arraigo y ascendiente entre la nutrida y creciente presencia de comunidades foráneas que se vieron atraídas por las ricas posibilidades de negocio o por la posición estratégica de sus puertos. Tras la firma del acuerdo entre Carlos V y el almirante Andrea Doria en 1528, por el que la república de Génova entraba en la órbita de la Monarquía Hispánica, la secular presencia de las comunidades de hombres de negocios genoveses que operaban desde la Edad Media en los principales dominios ibéricos, italianos y flamencos de la Corona, encontró un marco político capaz de impulsar todo tipo de relaciones de mutua dependencia entre ambas potencias. Junto a los valiosos servicios financieros y navales ofrecidos por los asentistas de dineros y de galeras al servicio del monarca católico, sus poderosas comunidades mercantiles y sus bien coordinadas redes de socios y parientes actuaron como un insustituible mecanismo de articulación entre sus distantes territorios y facilitaron la transferencia de pertrechos, soldados y todo tipo de productos fundamentales para garantizar la hegemonía de la Monarquía en Europa. Su papel de intermediación y su presencia capilar en los dominios del rey permitieron asimismo que determinadas zonas marginales se insertasen en los circuitos financieros y mercantiles internacionales.

Los hombres de negocios procedentes de la república de Génova gozaban de una serie de ventajas comparativas en relación con sus rivales portugueses, ingleses u holandeses que les permitieron promocionarse en el interior de los gobiernos locales y acceder con mayor facilidad a los beneficios derivados de la política de patronazgo regio. Dejando a un lado su amplio respaldo financiero y su extensa red de contactos, es necesario recordar que los más insignes miembros de las numerosas comunidades genovesas radicadas en Andalucía estaban en posesión de un lustre aristocrático del que carecía buena parte de sus contrincantes, debido a su pertenencia a alguno de los alberghi (consorcios familiares) que, desde la reforma oligárquica de 1528, efectuada el mismo año del acuerdo con el Emperador, les permitía mantener un control exclusivo sobre los cargos públicos. Los genoveses no solo se movían con facilidad en el complejo tejido de leyes y normas locales que regulaban los intercambios mercantiles sino que, frente a lo que les ocurría a los hombres de negocios lusos, neerlandeses o ingleses, disfrutaban de un indiscutible pedigrí católico lo que facilitó sobremanera su proceso de integración.

La nación genovesa, representada en las principales ciudades de Andalucía por una impresionante cadena de cónsules encargados de velar por el mantenimiento de sus privilegios, llegó a gozar de prerrogativas que, en muchas ocasiones, eran incluso mayores que las de los propios súbditos del rey. Junto a una numerosa población flotante de marineros, pequeños comerciantes o todo tipo de profesiones liberales que gozaban de la protección de la institución consular, los miembros más conspicuos de la comunidad se inclinaron por entroncar mediante alianzas matrimoniales con los principales miembros de las elites locales. Esta estrategia matrimonial era compatible con el mantenimiento de los tradicionales enlaces endogámicos con otros miembros de la comunidad ligur como forma de garantizar su red de contacto y sus vínculos con la república. Las suculentas dotes que los genoveses eran capaces de ofrecer facilitaban además los enlaces con las mejores familias como pone de manifiesto la suma de 250.000 ducados que el mercader ligur asentado en Sevilla, Juan Antonio Corzo, ofreció para convertir a su hija en duquesa de Veragua y condesa de Gelves. Los genoveses lograron incrementar su patrimonio mediante la fundación de mayorazgos, la masiva inversión en bienes inmuebles, el control sobre los mejores juros o gracias a la facilidad con la que adquirieron hábitos de las Órdenes Militares o determinados títulos nobiliarios. Su calidad como gestores, sus enlaces con las mejores familias y su amplia red de influencias impulsaron, a pesar de ciertas protestas, su entrada en los gobiernos de las ciudades más prósperas de la Monarquía mediante la compra sistemática de regidurías y de todo tipo de cargos públicos.

Tan fulgurante ascensión social impulsada por el creciente endeudamiento de la corona y de los gobiernos locales con respeto a estos proveedores financieros que les permitió además acaparar las rentas más lucrativas, suscitó todo tipo de protestas como acredita el memorial elevado por Martínez de la Mata que, a mediados de la década de 1650, señalaba: “Con lo que han robado a la Real Hacienda los genoveses, han comprado oficios, preeminencias, hábitos y honores, y vasallos en estos Reinos contra la voluntad de los mismos pueblos […] Los oficios y honores que han comprado genoveses en estos reinos y demás estados con la hacienda adquirida con usuras y los mejores y más interesados casamientos, pertenecen a los naturales, contraviniendo a las leyes y condición de millones que especialmente lo niegan y derogan las cartas de naturaleza que han dado a genoveses.” En verdad los genoveses no se encontraban entre los principales solicitantes de cartas de naturaleza. A pesar de que se trataba de un requisito fundamental para poder acceder sin trabas al comercio con América o para participar en el cobro de rentas reales y en negocios bancarios, las ya reseñadas ventajas de que disfrutaban para insertarse plenamente en las sociedades locales facilitaron su avecindamiento. Además, las excelentes relaciones de la república con la Monarquía Hispánica parecían hacerles inmunes a las rigurosas medidas de guerra económica o a los embargos practicados por la corona contra sus enemigos y que afectaron con dureza a portugueses, franceses, ingleses e incluso flamencos, a los que se solía confundir con los holandeses.

Andalucía se convirtió, junto a Nápoles o Sicilia, en una de las principales reservas feudales de la Monarquía y en el escenario más propicio para facilitar la integración de aquellos particulares genoveses que acudían con sus préstamos y sus recursos navales a las acuciantes necesidades de la corona. El caso de la familia Centurión es un ejemplo paradigmático de este proceso de asimilación. Con negocios en Andalucía desde finales de la Edad Media, los Centurión no tardaron en convertirse en unos de los principales proveedores de fondos para la Corona por lo que, ante los negativos efectos de la bancarrota de 1557, Felipe II optó por compensarles con la venta, dos años después, de la encomienda santiaguista de Estepa por una suma superior al medio millón de ducados. Como se desprende de la pormenorizada genealogía elaborada a finales del siglo XVII por Juan Baños de Velasco, los Centurión además de servir al Emperador en ocasiones como las de Túnez o Argel, habían puesto sus galeras al servicio de los Austrias y, una vez convertidos en 1543 en marqueses de Laula, Vivola y Monte de Vay en Lombardía, lograron obtener asimismo el título de marqueses de Estepa en 1564 fundando un mayorazgo y entroncando con miembros de la aristocracia tradicional como los Mendoza o los Fernández de Córdoba. Por su parte, la rama menor en torno a Octavio Centurión –nieto del primer marqués de Estepa- sería recompensada en 1632 con el marquesado de Monesterio, en Extremadura cerca de la frontera norte del reino de Sevilla, por su actividad como financiero de la corona, proveedor de los presidios del reino y consejero de Guerra. Los Centurión, aunque lejos de lograr el ascendiente político y social alcanzado por los Doria o los Spínola en la corte y a pesar de sonoros fracasos como la frustrada expedición contra Argel de 1601, participaron de manera activa en la defensa de la costa andaluza en calidad de asentistas particulares no sólo de la escuadra de galeras de Génova sino también, a partir de 1608, de la de España. Los marqueses de Estepa se distinguieron igualmente por el envío de hombres y efectivos militares durante los ataques de 1596 y 1625 contra Cádiz o, a partir de 1640, en la protección de la frontera portuguesa y en el frente de Aragón además de actuar como garantes del orden interno mediante el control de levantamientos locales como el acaecido en la villa malagueña de Ardales en 1647 que fue sofocado con inusitada dureza por temor a que la insurrección se extendiese a sus dominios señoriales. Las necesidades derivadas de la guerra estaban, por lo tanto, en el origen de su imponente escalada social.

La masiva compra de cargos municipales, feudos, títulos y tierras, sumada al acceso privilegiado a una serie de honores y dignidades concedidos por la Corona a cambio de sus servicios financieros, explica que, hasta el momento, se haya puesto el acento en el paulatino abandono de la identidad mercantil propia del patriciado genovés en beneficio de un talante propiamente nobiliario. Según este esquema de análisis, la aristocracia genovesa no hizo sino imitar los comportamientos sociales de los barones napolitanos o de la nobleza de sangre castellana. A lo sumo su aportación se limitaría a ofrecer, a través de enlaces matrimoniales de conveniencia o de préstamos, el capital necesario para que las grandes casas nobiliarias pudiesen hacer frente con éxito a la competencia suntuaria desatada por aquellos sectores que intentaban ingresar en el estamento privilegiado. Una actitud pasiva de emulación que, en todo caso, servía para estimular el consumo conspicuo pero que no se corresponde con el verdadero impacto efectuado por la elite genovesa sobre las nuevas formas de gestión del patrimonio y sobre la difusión de una serie de pautas culturales y de formas refinadas de comportamiento que servirían para proporcionar una cierta homogeneidad al conjunto de las elites de la Monarquía Hispánica. Lejos de abandonar sus actividades financieras y mercantiles, el acceso al feudo sirvió para diversificar sus ingresos y para obtener nuevas posibilidades de negocios. La compra de las mejores propiedades había supuesto el paso previo para controlar la distribución de las partidas de seda o de lana esenciales para abastecer a la industria textil genovesa como evidencia su papel fundamental para el desarrollo de dicha producción y su comercialización en Granada o en Écija. Resulta incuestionable que su fuerte integración en el seno de las más insignes familias aristocráticas permitió la introducción de sustanciales mejoras en la gestión de los recursos señoriales y el acceso a la extracción de los excedentes agrarios y jurisdiccionales, además de un control directo sobre la fiscalidad local y nuevas posibilidades de préstamo.

Estamos, por lo tanto, en presencia de un fenómeno de transformación mutua y de plena reciprocidad, más que ante una mera imitación de viejas pautas de comportamiento, entre la oligarquía urbana o la aristocracia local y las nuevas familias procedentes de Génova que, a pesar de abandonar en parte su función de elite internacional de negocios, no dejaron de interesarse por los asuntos financieros y mercantiles y fueron responsables de la introducción de nuevas y más eficientes formas de administración y gestión de los recursos. La influencia de los modelos arquitectónicos y de las formas estéticas procedentes de la república se dejó sentir también de manera palmaria en aquellos núcleos urbanos donde existía una fuerte colonia genovesa. Los imponentes palacios construidos por las principales familias residentes en Cádiz, Granada o Sevilla impusieron un nuevo estilo y marcaron la pauta a seguir al resto de las aristocracias locales como atestiguan los soberbios palacios de Mañara-Vicentelo o la Casa de Pilatos que son la prueba del profundo impacto de la producción genovesa de mármoles y de las innovaciones en la jardinería entre la nobleza sevillana. Del mismo modo, sobresale el mecenazgo ejercido por Agustín Spinola, hijo del primer marqués de los Balbases, el gran Ambrogio Spinola, desde el arzobispado de Sevilla. Los genoveses lejos de contentarse con imitar el modo de vida de las elites locales introdujeron en las ciudades andaluzas nuevas formas de consumo y destacaron por su ostentoso tren de vida y por unas costumbres que provocaron la admiración de Luis de Peraza que, en su Historia de la ciudad de Sevilla señalaba: “Los genoveses son gente a mi parecer de mucha prudencia, con la cual allegan muy gran número de dinero y van riquísimos a su tierra, y no sólo son en esto prudentes […] porque casi todos ellos son muy caritativos y entienden bien el latín, como en el reposo corporal, porque todos tienen muy lindas y alegres casas, con agua de pie y vergeles. Asimismo comen excelentes comidas y muy sanas, son muy regalados y a esta causa viven en mucha sanidad”. En este sentido convendría subrayar la influencia de las formas estéticas procedentes de Génova en la creación de un lenguaje cultural de fuertes tintes cosmopolitas y en la difusión de unos modelos que fueron imitados en el resto de Europa hasta finales del siglo XVII.

Autor: Manuel Herrero Sánchez

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