Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos.
Rayuela, Julio Cortázar
¿Cómo se aprende la ciudad? Estudiando urbanística he aprendido de ciudades en las que nunca he estado y probablemente nunca estaré. Y puedo decir que tengo la misma experiencia desentrañando urbes como la que tenía cuando empecé. Cada ciudad se me antoja única e irrepetiblemente genuina, por el simple hecho de que todas las personas que la habitan y habitaron son reflejos de su propias diferencias y yo no soy dios, por más que me asemeje a todos ellos.
Bernstein[1], estudiosa de la cábala, reflexiona en este artículo sobre el «egrégor». Esta criatura ha estado presente en toda la historia del ocultismo y la magia. En la obra maestra del mago Lévi, «Le Grand Arcane», los egrégores son vigilantes, padres de los nephilim, seres tenebrosos que nos destrozarían sin piedad porque no advierten nuestra presencia[2]. Casi como un conjuro, cobran vida de nuestra conciencia. Al pensar en ellos les damos forma, rostro, hálito… Al hablar de ellos crecen, se multiplican, dividen e integran en una sola idea. Son nuestras fantasías y nuestras pesadillas. Buda y Alá. Seres vivos de información viral con los que lidiamos como si fueran de carne y hueso, alimentados por nuestros sueños. Esta autora relaciona la palabra egrégor con su raíz hebrea «eir» . Esta palabra significa ángel o vigilante y, en hebreo moderno, ciudad. Esta correspondencia semántica aparece a menudo en la Biblia, donde los ángeles son la Ciudad de Dios; o Jerusalén, donde cada pilar o incluso cada gema era un ángel.
Y me lanzo a la deriva en este sueño fractal. Sólo porto el escalímetro, mi humanidad y una tonelada de libros. Los que cuentan la ciudad soñada por sus ciudadanos. Aquellos que la construyeron, los que la conquistaron, los que la corrompieron y los que la destruyeron. Delirios efímeros de sabios tejedores que erran despiertos y remiendan dormidos. Y cuando despierte sólo espero recordar cómo era la cara de aquel genio loco que se esconde detrás de todos nosotros y que me guía al andar.
[1] Bernstein, L. S. (1998). Egregor. The Rosicrucian Archive. Confraternity of the Rose Cross.
[2] Lévi, Eliphas (1868). The Great Mystery (p.127-130, 133, 136).