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Deriva Hipermínima #8: El egrégor

Ignacio Fernández Ruiz 15 febrero, 2017

Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos.
Rayuela, Julio Cortázar

¿Cómo se aprende la ciudad? Estudiando urbanística he aprendido de ciudades en las que nunca he estado y probablemente nunca estaré. Y puedo decir que tengo la misma experiencia desentrañando urbes como la que tenía cuando empecé. Cada ciudad se me antoja única e irrepetiblemente genuina, por el simple hecho de que todas las personas que la habitan y habitaron son reflejos de su propias diferencias y yo no soy dios, por más que me asemeje a todos ellos.

Bernstein[1], estudiosa de la cábala, reflexiona en este artículo sobre el «egrégor». Esta criatura ha estado presente en toda la historia del ocultismo y la magia. En la obra maestra del mago Lévi, «Le Grand Arcane», los egrégores son vigilantes, padres de los nephilim, seres tenebrosos que nos destrozarían sin piedad porque no advierten nuestra presencia[2]. Casi como un conjuro, cobran vida de nuestra conciencia. Al pensar en ellos les damos forma, rostro, hálito… Al hablar de ellos crecen, se multiplican, dividen e integran en una sola idea. Son nuestras fantasías y nuestras pesadillas. Buda y Alá. Seres vivos de información viral con los que lidiamos como si fueran de carne y hueso, alimentados por nuestros sueños. Esta autora relaciona la palabra egrégor con su raíz hebrea «eir» . Esta palabra significa ángel o vigilante y, en hebreo moderno, ciudad. Esta correspondencia semántica aparece a menudo en la Biblia, donde los ángeles son la Ciudad de Dios; o Jerusalén, donde cada pilar o incluso cada gema era un ángel.

Y me lanzo a la deriva en este sueño fractal. Sólo porto el escalímetro, mi humanidad y una tonelada de libros. Los que cuentan la ciudad soñada por sus ciudadanos. Aquellos que la construyeron, los que la conquistaron, los que la corrompieron y los que la destruyeron. Delirios efímeros de sabios tejedores que erran despiertos y remiendan dormidos. Y cuando despierte sólo espero recordar cómo era la cara de aquel genio loco que se esconde detrás de todos nosotros y que me guía al andar.


[1] Bernstein, L. S. (1998). Egregor. The Rosicrucian Archive. Confraternity of the Rose Cross.

[2] Lévi, Eliphas (1868). The Great Mystery (p.127-130, 133, 136).

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